martes, 27 de septiembre de 2011

Diatriba por el derecho a mantener lejos a los infantes III - Especial de Halloween

Ya ad portas del último trimestre del año, estaba yo pensando en la proximidad de la navidad y unas cuantas buenas fechas (mi cumpleaños incluído), cuando de repente me vino a la cabeza que antes de que la mejor época del año llegue, hay que pasar una prueba de fuego de la que no todos salimos ilesos: Halloween.

Indagando sobre la palabrita, me doy cuenta de que su orígen de remonta a las festividades de los pueblos celtas, en donde se veneraba a los espíritus de quienes habían fallecido y se encendían luces para iluminarles el camino hacia la otra vida.

Me pregunto entonces...¿en qué momento dejamos que una celebración que sin  duda tuvo inicios sagrados, se convirtiera en un desfile interminable y aborrecible de niños con los atuendos más ridículos que se pueda imaginar y llorando a grito partido por un miserable dulce?...porque no nos digamos mentiras, Halloween, el "día de los niños" o el "día de las brujitas" es una auténtica pesadilla.

No puedo imaginar a alguien en su sano juicio (todos los padres quedan descartados, porque para ser padres hay por principio, que haber perdido el juicio) desee encontrarse en una vía de gran afluencia de público, rodeado de cualquier cantidad de mocosos de todas las edades, que van vanagloriandose, como si el ridículo atuendito en miniatura que llevaran, les quitara por una noche el aura detestable de ciraturas malcriadas, y peléandose entre ellos por llenar baldesitos y calabacitas de dulces, que se consiguen en cualquier tienda de barrio por $50, cuando no es de los que dan junto con la factura a falta de sencillo para el cambio.

Y es que si existe una verdad absoluta, esa es que un niño por principio es fiel impulsor de la sociedad de consumo. Llevan 10 meses completos del año, desangrando los bolsillos paternos inmisericordemente en las salas de cine, viendo cuanto estreno en pantalla grande se le ocurre lanzar a Disney,  Pixar y Dreamworks. A mediados de Septiembre empieza el dilema para los padres, sobre cuál de los 22 personajes de película animada tendrán que comprar el disfraz, eso cuando a las criaturas no se les ocurre, que tienen que verse como su personaje de juego de video favorito (que no necesariamente coincide con las películas de estreno) y resulta que el vestido, en el mejor de los casos hay que mandarlo a elaborar a la medida.

Cuando el tan esperado día llega (y los ilusos padres respiran aliviados al ver a sus retoños vestidos y sonrientes), empieza el auténtico viacrucis. Porque un disfraz no tiene sentido si no se sale a la calle a lucirlo, si no se va de puerta en puerta pidiendo dulces, si no se llora en cada esquina y si no se entra en rencilla con otro niño que lleve el mismo atuendo. Cabe aclarar que adicional al disfraz deben adquirise docenas de baldes en miniatura para guardar los dulces y zapatos tenis de zuela hiper resistente para la caminata de lado a lado de la ciudad.

Es aquí cuando empiezo a confirmar la naturaleza manipuladora, maquiavélica, y sumamente convencionalista de los niños, ¿por qué cuando acompañan (a las malas) a sus padres a cualquier diligencia de banco, se cansan a las tres cuadras, se deshidratan con el sol entre las nubes y rompen a llorar ante cualquier roce, y desesperan por cinco minutos sentados en una sala de espera, mientras en Halloween resisten estóicamente y sin queja alguna caminatas de 20 y más cuadras, no piden una gota de agua, aunque la temperatura a la sombra alcance los 40° y estén atiborrados de dulce, ni se inmutan por la marea humana de niños y padres que los acosan y empujan por el último supercoco tirado en el piso de una tienda, ni emiten sonido después de cinco horas sentados en el piso de un centro comercial viendo un par de payasos diciendo tonterías?

Afortunadamente ya tengo planes para Halloween, que ni de riesgos me cogerá en una vía importante de la ciudad, ni me atrapará en algún centro comercial decorado horriblemente con alguna bruja llena de verrugas. Me encerraré en la comodidad de mi hogar y haré mofa de los noticieros y sus recomendaciones bobas de siempre, sobre el cuidado de los niños y la antológica sentencia de "no recibir dulces a extraños". Y mientras los padres desesperados (si, esos mismos arrepentidos de no haberse tomado la pastilla, haberse puesto el caucho, o aplicado a tiempo la inyección) nadan entre multitud de pitufos, cars en miniatura, imitaciones de germán es el man y varios ejemplares de Toy Story (de cuyos nombres no tengo idea, ni buscaré referencias), yo descansaré sobre mi hamaca, leyendo algún buen libro sobre cómo invertir las finanzas o los 1001 sitios que hay que visitar antes de morir...nada ambicioso, solo planes de soltero, sin hijos, ni disfraces.

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