sábado, 11 de junio de 2011

Diatriba de una tentación no vencida

Empezó a aparecer a cuenta gotas, primero mostrándose orondo como si en términos Colombianos se tratara de "la última yuca del sancocho", iba y venía entre salidas con amigos, rumbas y reuniones de oficina. A pesar de su evidente pavoneo, aún era muy pronto para afirmar si tendría el éxito que esperaba cosechar con su actitud de "señor importante".

Tiempo después empezó a dejarse caer como quien no quiere la cosa en sitios más populares y en situaciones más normales, ya no se limitaba a aparecer subrepticiamente en algún restaurante elegante, o en la reunión con el jefe; de un momento a otro empecé a verlo en el chuzo de comidas rápidas, acompañando a cualquier desconocido que fuera montado en el bus, junto a los universitarios despreocupados y hasta en el almuerzo en el restaurante de corrientazo. Su objetivo era claro, y era evidente que iba en serio.

Mi inicial indiferencia ante el "señor popular" fue trastocándose poco a poco en un contundente fastidio, al ver como todos sin remedio caían rendidos ante su singular encanto; los conocidos no me importaban tanto, pero cuando fui descubriendo como sistemáticamente mis amigos iban cediendo ante su avance de terreno, casi casi que empecé a odiarlo.

Lo peor llegó en el momento en que su encanto fue tan arrasador que mis más cercanos amigos empezaron a olvidarse de vivir por andar en función de sus chistes sin sentido, cuando todos por estar pendientes de sus ultimas novedades se olvidaban de la conversación de la que se estaba hablando, del compromiso adquirido una semana antes o incluso ignoraban completamente a quien tenía la delicadeza de hablarles.

Juré entonces no dejarme vencer nunca por su encanto, ni mirar con deseo aquellas curvas redondeadas, ni aquella distribución homogénea y atractiva de todos sus atributos.

Pero entonces un día cualquiera llegó mi padre con un regalo y ahí estaba , viendo como yo misma, a pesar de todoas las maldiciones que había echado con anterioridad, terminaba cediendo ante el encanto maldito de aquel sujeto invencible: El Blackberry

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