martes, 17 de mayo de 2011

Crónicas de Juergas Ilustres

Nada mejor que irse de juerga, nada más motivante que hacerlo con el parche de amigos, nada tan digno de un buen video post-vergüenza como las estupideces que se dicen con alcohol en el cerebro y nada tan divertido como recapitular (ya en sano juicio) las consencuencias y buenos episodios (no todos los espisodios son buenos) que resultan de una buena noche de copas.

En mi caso particular, puedo decir que el alcohol no reviste grandes misterios para mi. Gracias a la "buena" influencia de un par de amigos, conozco muy a grandes rasgos el mundo insano de las burbujas etílicas. El atrayente tono dorado de un buen whisky (mi licor favorito), el repugnante aroma de un tequila, el perfecto sabor de un buen ron caribe, el enfermizo olor del aguardiente y el vodka y la fácil y espumosa textura de la cerveza. No hablaré aquí del arte de catar vinos ni del infinito mundo de los cocteles, ya habrá un espacio para ellos.

El caso es, que en el mundo de los grados etílicos, prefiero moverme con cautela; y lo digo literalmente porque si de escoger se trata, opto sin duda por escuchar a mi flamante compañero al calor de un par de buenas cervezas contar algún episodio digno de record guiness, o en el peor de los casos terminar cuidando de mis amigos, a terminar cuidada por ellos y escuchar de sus labios (muy generosos en detalles) una noche que no recuerdo muy claramente.

Como he tenido la buena fortuna de estar (en la mayoría de los casos) mirando los toros desde la barrera, referiré algunas interesantes características de las juergas, sobre las que a partir de la experiencia ajena, he decidido seguir tranquilamente desde la barrera mientras degusto un vaso de buen whisky.


1. Las mezclas: Un coctel es un coctel y debe hacerlo siempre un buen conocedor de la materia. Por fortuna para esta entrada ninguno de mis amigos lo es y uno en particular decidió que ya que no conocía el occidente Colombiano, qué mejor alternativa que degustar su PIBE (Producto Interno Bruto Etílico). Fue así como la noche empezó con Ron Medellín en un discreto y acogedor bar, se entrelazó con las luces intermitentes de una buena discoteca y dos botellas de Viejo de Caldas y cerró con broche de oro y una visita a cuatro patas en el parqueadero del lugar y un litro de Santa Fé.

2. El Teléfono: Sobre este punto podría hacer una lista interminable de sucesos que entre una juerga y otra han tenido a este singular medio de comunicación como coprotagonista, sin embargo para los fines específicos de este artículo, mi amigo (si, el mismo que conoció Antioquia y el eje cafetero por medio de sus rones) tomó el teléfono a las 4 am y llamó a su novia a decirle con la voz entrecortada que su vida era muy triste.

3. El dinero: Nada peor que el sentimiento de culpa post-juerga, mucho peor cuando se extiende al bolsillo. No quiero imaginar siquiera la expresión de uno de mis mejores amigos (si, de los mismos que me han influenciado tan bien y me han guiado alcohólicamente), cuando al día siguiente de una juerga particularmente pesada, abrió su billetera. La noche anterior sin más, se había adelantado a papá noel y llegó al andén donde nos encontrábamos tomando, con una bolsa de basura gigante, cargada al punto de casi romperse de un buen montón de cervezas. A uds les dejo el cálculo del precio.

4. La brújula: Perder la brújula interna en una juerga....¿poco común?...las frases "¿en dónde estoy?" o "¿quién eres tú?" deben ser sólamente mitos.


5. Revelaciones y Confesiones: Todos tenemos un conocido que con alcohol en el cerebro ha declarado su más ferviente amor a quién menos nos imaginábamos.

6. Las Mascotas: Lo dejé de último a propósito porque he llegado a la conclusión de que cuando se va a tomar, debe hacerse lejos de cualquier animal...especialmente perros. Se de uno, que hace muchos años (cuando yo ni siquiera había nacido) se orinó en la botella de vino aún medio llena de un conocido. Se de otro que al ver dormido en la calle a uno de mis amigos, se le arrunchó literalmente en busca de calor, confundiéndolo sin duda con algún indigente. Aunque no todos son malos, mi amigo el explorador de rones, se encontró en el parqueadero de la misma discoteca de la que salió a cuatro patas, a un simpático labrador que tuvo el buen tino de arrastrarlo hasta el taxi, mientras mi amigo lo abrazaba sentidamente del cuello. Me pregunto con frecuencia cómo se habrían desarrollado los hechos si el dueño de la discoteca hubier optado por Dobberman en lugar de labrador.

Como sea...y a pesar de lo anterior, pienso que tomar en buena compañía es una de las mejores experiencias, y mientras vuelvo a salir o escucho otra buena historia acaecida al calor de un buen licor, sólo me queda decirles ¡¡salud!!

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