Sobre la amistad he leído mil cosas; frases célebres, historias que narradas con plumas magistrales han hecho llorar a los lectores, historias de la vida real que también son capaces de arrancar lágrimas, metáforas agridulces y fábulas infantiles que nos dejan cierta satisfacción y (dependiendo de la persona) una huella importante en la memoria, que con un poco de suerte algún día se quedará también impresa en el corazón.
Sin embargo, diferente a muchas sensaciones que un buen escrito puede transmitir, la amistad es algo que sólo se prueba realmente cuando se vive; que se degusta con todos sus matices cuando se viaja a través de ella, cuando se ríe acompañado, se llora entrelazado en un abrazo sincero y hace que el orgullo y la felicidad inflamen el pecho de quién se siente afortunado de haber encontrado un amigo.
Pero lamentablemente, aunque estemos rodeados de personas que nos agraden mucho y que llenen espacios vacíos de nuestra existencia, no todos pueden denominarse con el significado que la palabra “amigo” tiene para quieres realmente hemos tenido la fortuna de conocer amigos verdaderos.
Hace algún tiempo (no tanto en realidad, pero dados mis pocos años constituye un lapso importante en mi vida), conocí a una niña que a primera vista, me pareció un tanto indiferente; las primeras palabras que crucé con ella, he de decir no fueron las más amables, porque le hice una pregunta que ya la tenía un poco hartada, el trato en principio tampoco demostró mucha química, porque me daba la impresión de ser alguien poco diplomático.
Pero por esos azares del destino, vimos de repente intensificado el trato que en un principio había sido más bien esquivo. En algún momento de esos que difícilmente se olvidan terminé escuchándola, mientras me narraba un poco agitada, un episodio nada agradable que le había sucedido aquel infortunado o tal vez muy afortunado día; fue entonces cuando las barreras que quedaban se rompieron, los muros se cayeron y la persona, la magnífica persona que en realidad era, quedó al descubierto ante mí.
En un principio nos volvimos confidentes, poco después nos transformamos en cómplices que compartían las experiencias buenas y malas, que la vida nos hacía atravesar a diario. Reímos incontables veces, lloramos juntas otras tantas y aprendí de ella cosas que me enseñaron más que todos los consejos buenos o malos, o las experiencias vividas hasta entonces; pude ver gracias a ella que había más formas de ver el mundo, de querer a las personas, o de defender lo que pensamos; aprendí de sus palabras que el amor es más complejo de lo que se cree, que la amistad siempre debe prevalecer sobre cualquier cosa, y que la vida se debe vivir disfrutándola, pero sobretodo, queriéndose a sí mismo, de manera que algún día se tengan buenas historias para contarle a los hijos; gracias a sus palabras siempre dichas entre la seriedad y el sarcasmo, pude entender que lo importante es ser siempre auténtico y que lo único que puede detener a alguien para llegar lejos, son sus propios miedos y sus preconceptos errados.
Es por eso, porque la conozco y porque he vivido junto a ella las mejores experiencias, que puedo hablar con propiedad de la amistad verdadera, de ese brillo indescriptible que se ve en sus ojos cuando me divisa a lo lejos y que estoy segura también se dibuja en mis ojos; de esa sonrisa cargada de complicidad y de las travesuras de la semana que pugnan por salir de sus labios y llenar con ellas mis oídos, de sus confidencias llenas de sentimientos (felices y tristes) que me unen con ella de una forma especial y de su corazón que se que puede ser implacable pero que es el más honesto para hablarle a los amigos, para decirles sin titubear que se equivocan, cuando están obrando mal, pero también para felicitar con la mayor sinceridad, cuando se consiguen metas y se conquistan sueños.
Por ella (cuyo nombre como una tonada dulce me reservo con una sonrisa) es que sé que la amistad existe, que la sinceridad es la mejor de las cualidades y que la vida puede ser un camino un tanto difícil, pero mientras los amigos de verdad existan, siempre brillará el sol en el horizonte donde nos aguarda el futuro.
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