lunes, 27 de junio de 2011

Sobre frases salidas del cajón y maldiciones de padres

De repente uno se da cuenta que es adulto. De repente uno se da cuenta, que por fin se llegó a esa etapa a la que de niños idolatrábamos porque los adultos como papá y mamá "siempre tenían razón" y en la adolescencia deseábamos con fervor enfermizo porque los adultos como papá y mamá "siempre pueden hacer lo que quieren"...y finalmente nos dimos cuenta de que como todo lo que se desea demasiado, al final no es tan extraordinario como se creía. Pero en fin, del purgatorio de ser adultos hablaremos en otra ocasión.

Con todo esto de la entrada en la "adultez", me puse sentimental hace días y empecé a recordar varias situaciones del pasado; como la cantaleta de mi mamá por ejemplo, esa que me daba bastante seguido, y que iba además acompañada de un montón de frases, que con el tiempo se me quedaron grabadas con tinta indeleble, no solo por lo contínuo de su repetición, sino por el poder de arruinarlo todo que muchas veces tenían.

Mi mamá, fue siempre una de esas mamás tirando a cheveres, que no ponen demasiados peros, pero tampoco son permisivas en exceso. Una mamá de esas a las que uno le puede entrar por su lado a punta de halagos bien medidos y promesas disfrazadas de afirmaciones maduras, y en general la cháchara rendía sus frutos y yo me salía con la mía.

Pero había algunos días, en los que de entrada se percibía que el ambiente tenía la textura y el peso del plomo, días en los que desde el "mamá puedo ir a..." su miraba denotaba un NO categórico imposible de vencer; el punto es que la inexperiencia además de ser atrevida, es decidida, insistente e insensata; por eso, aunque yo sabía de antemano cuál iba a ser la respuesta de mi mamá ante la solicitud - cualquiera - que le estuviera haciendo, insistía y porfiaba hasta que la discusión se tornaba sería, y entonces aparecían las frases de cajón que toda madre que se respete tiene a la mano siempre.

Las frases varían en tono y contenido, pero he aquí las más famosas: "Usted verá", "pregúntele a su papá", "yo no digo ni si ni no", "usted sabe que coger por allá es peligroso", "no puedo ir a recogerla", "¿van con algún adulto?", hasta ahí todas las frases son parapetables, respondibles, excusables. Aún se le puede preguntar al papá, pedirle al hermano que lo recoja y en el mejor de los casos, poner al hermano mayor del amigo a fingir voz de adulto y asegurar que irá a cuidar al combo, a cambio de las mesadas de toda la tribu juntas.

Sin embargo, cuando de permisos se trataba (aplica también para las compañías) odiaba la siguiente frase de cajón "usted sabe que a mi no me gusta es@....(sitio, persona, muchachito, muchachita, joven, señor o señorita)" ¿por qué la odiaba? ¡¡sencillo!! porque en la medida en que mi mamá dijera "usted sabe que a mi no me gusta ese sitio" y uno neciamente se fuera para el sitio en cuestión, desacatando descaradamente la perentoria orden materna, era seguro como que el sol sale a diario, que algo malo, por no decir catastrófico, sucedería en el mencionado sitio. De las maldiciones a los sitios que mi mamá echaba, conservo cicatrices en rodillas, pantorrillas y codos.

Si el disgusto de mi mamá recaía sobre un individuo en particular, el plazo mínimo para decretarse la maldición era de un mes; al cabo del cuál nuestro compañero de aventuras dejaba de serlo; el por qué no importa, todos sabemos que el orígen básico radicaba en la capacidad materna de maldecir y echar a perder sitios, fiestas y amistades.

Por eso, aunque la edad adulta no es tan de rosa como muchas veces me la imaginé, existe la ventaja de no tener que cargar con las frases de cajón y las maldiciones de mi madre. Aunque hay que aclarar que su alcance es inimaginable y además, el padre también suele ser un hechicero en potencia para echar maldiciones.

Hace menos de un mes vi cumplir con horror y de manera inevitable su frase de cajón exclusiva que yo había creído enterrada en el olvido "póngale cuidado a las clases que algún día todo eso le servirá para algo" y ahí estaba yo, frente a la página en blanco de visual basic, viendo flotar la cara de mi papá y preguntándome por qué demonios no le puse atención al profesor...

sábado, 11 de junio de 2011

Diatriba de una tentación no vencida

Empezó a aparecer a cuenta gotas, primero mostrándose orondo como si en términos Colombianos se tratara de "la última yuca del sancocho", iba y venía entre salidas con amigos, rumbas y reuniones de oficina. A pesar de su evidente pavoneo, aún era muy pronto para afirmar si tendría el éxito que esperaba cosechar con su actitud de "señor importante".

Tiempo después empezó a dejarse caer como quien no quiere la cosa en sitios más populares y en situaciones más normales, ya no se limitaba a aparecer subrepticiamente en algún restaurante elegante, o en la reunión con el jefe; de un momento a otro empecé a verlo en el chuzo de comidas rápidas, acompañando a cualquier desconocido que fuera montado en el bus, junto a los universitarios despreocupados y hasta en el almuerzo en el restaurante de corrientazo. Su objetivo era claro, y era evidente que iba en serio.

Mi inicial indiferencia ante el "señor popular" fue trastocándose poco a poco en un contundente fastidio, al ver como todos sin remedio caían rendidos ante su singular encanto; los conocidos no me importaban tanto, pero cuando fui descubriendo como sistemáticamente mis amigos iban cediendo ante su avance de terreno, casi casi que empecé a odiarlo.

Lo peor llegó en el momento en que su encanto fue tan arrasador que mis más cercanos amigos empezaron a olvidarse de vivir por andar en función de sus chistes sin sentido, cuando todos por estar pendientes de sus ultimas novedades se olvidaban de la conversación de la que se estaba hablando, del compromiso adquirido una semana antes o incluso ignoraban completamente a quien tenía la delicadeza de hablarles.

Juré entonces no dejarme vencer nunca por su encanto, ni mirar con deseo aquellas curvas redondeadas, ni aquella distribución homogénea y atractiva de todos sus atributos.

Pero entonces un día cualquiera llegó mi padre con un regalo y ahí estaba , viendo como yo misma, a pesar de todoas las maldiciones que había echado con anterioridad, terminaba cediendo ante el encanto maldito de aquel sujeto invencible: El Blackberry