sábado, 9 de abril de 2011

De “cuentos para dormir” y otros demonios nocturnos

Con el reciente estreno de la versión moderna de Caperucita Roja, que incluye una caperucita bastante crecida, dos tipos bastante lobos, ambos con intenciones de “devorarla” y una intrincada historia de pasiones sufridas y amores retorcidos muy al estilo de Catherine Hardwicke, recordé uno de tantos temas que siempre me han intrigado y a los que nunca he podido encontrarles una explicación lo suficientemente racional para mi gusto: los cuentos infantiles, conocidos también como cuentos para dormir.


Aunque honestamente prefiero concentrarme en el primer denominador, porque “cuentos para dormir” inevitablemente y gracias a mi mente un tanto malpensada, me lleva a imaginarme otro tipo de “cuentos” que se utilizan en la actualidad para llevar a “dormir” y no precisamente a los infantes.


Empecemos por el muy recordado “la sirenita” de Hans Chirstian Andersen, el cual no debe confundirse, ni mucho menos tomarse literal de la versión de Disney (en realidad ningún cuento infantil llevado a la pantalla grande por Disney debe tomarse literal); la historia, que mereció un monumento en las aguas de Copenhague, narra la historia de una sirena adolescente que tras cumplir la edad necesaria para subir a la superficie del agua, se enamora de un príncipe al que rescata de morir ahogado; tras sufrir por conseguir el amor del príncipe (en vano), sacrificando su voz y su vida en el agua, termina muerta y convertida en espuma de mar. Me pregunto…¿sería que los chicos del siglo XIX no sufrían de terrores nocturnos? ¿Serían los niños de esa época lo suficientemente estoicos e indiferentes como para mostrarse indolentes ante el dolor de una sirena y su sacrificio? Tras leer un cuento como éste en la infancia ¿podrían las gentes de hace 3 siglos creer en que el amor era un sentimiento correspondido?


Siguiendo con “historias para niños” me remonto a una de las más famosas en épocas recientes, gracias también al buen tino de Disney: Notre Dame. La historia se desarrolla en un París gótico, en donde Víctor Hugo, planteó una tragedia en todas sus magníficas proporciones, pasando por un ser deforme y jorobado, una gitana acusada de un crimen y un archidiácono muy maquiavélico que se asegura de llevar a la gitana a la horca por no corresponderlo en sus sentimientos.

Una historia que me parece especialmente curiosa, se titula "la muerte madrina", escrita por los famosamente imaginativos hermanos Grimm; habla sobre un hombre muy pobre que a su haber contaba con 12 hijos, al nacer el hijo número 13 (desde ahí empezamos mal, porque el 13 es por antología un número de mala suerte), el hombre decide ir a buscar un padrino para el recién nacido; en su camino, se cruzan Dios, el diablo y la muerte, quienes le ofrecen ser los padrinos del infante; el hombre finalmente se inclina por el ofrecimiento de la muerte, por razones un tanto democráticas que distaban mucho de la realidad del siglo XIX; la historia concluye cuando la muerte toma la vida de su ahijado ya crecido, por desobedecerla y burlarse de ella, ¿cuál era la idea? ¿hacer caer a los niños de la época victoriana en un dulce sueño tras leerles un cuento sobre la muerte? ¿enseñarles las ideas de la democracia? ¿mostrarles desde pequeños que de la muerte nadie escapa? 


De las pocas con un final del clásico “y vivieron felices por siempre”, se puede rescatar a Cenicienta, la cual después de ser literalmente la criada de su madrastra y sus hermanastras, se convierte en la princesa del reino, gracias a un hada madrina. No obstante la muchachita tiende a pasar por situaciones bastante agobiantes, como que su encanto acabe a las 12 de la medianoche, (cualquier parecido con las cenicientas modernas es una infeliz coincidencia) y que en una de las carreras locas para evitar que el príncipe descubra el truco, pierda uno de sus zapatos (el cuál curiosamente, aunque es encantado, nunca vuelve a su forma original, una vez Cenicienta lo pierde), situación que sin duda ha influenciado a varias generaciones marcadas por éste cuento, a perder prendas al filo de la media noche.



Y retomando el principio de ésta entrada, recordemos a la popular caperucita roja. Pienso que a pesar de todo, el cuento en efecto, está diseñado para mentes infantiles; pues no concibo que la mente de una persona ya crecida y versada en las leyes naturales y en los pensamientos de doble intención, pueda concebir de forma inocente, una historia en donde un “lobo” que por andar persiguiendo a una “niña perdida” en un “bosque” enorme, termine “comiéndose” a la “abuelita” de la “niña” para después comerse a la misma “niña” y finalmente ser abierto en canal por un “gentil cazador”.


Imagino que la historia es de esas que quedan grabadas en la mente, y que cuando los niños que tuvieron la dicha de oírla contada – o leída – de sus padres, antes de irse a dormir, recuerdan en algún solitario día de su vida adulta la singular situación, deciden transformarse en “lobos”, con gran éxito por cierto, o en “caperucitas” sin una pizca de la inocencia de la original niña del cuento, y con la ropa de color rojo por dentro, en vez de por fuera y dedicarse a recrear el cuento en escenarios reales; con tan buena suerte y talento para la actuación que en efecto el lobo termina comiéndose a la abuelita, por andar persiguiendo a caperucita, la cual puede terminar también “comida por el lobo” o rescatada también por un inoportuno cazador, que le arruina los planes al lobo de turno.


Es por lo anterior, que a pesar de todo (principalmente porque aborrezco crepúsculo) rescato el ingenio de Catherine Hardwicke, para darle a un “cuento infantil” la justa proporción de un “cuento para irse a dormir” y no precisamente solos.

lunes, 4 de abril de 2011

Simplemente amistad

Sobre la amistad he leído mil cosas; frases célebres, historias que narradas con plumas magistrales han hecho llorar a los lectores, historias de la vida real que también son capaces de arrancar lágrimas, metáforas agridulces y fábulas infantiles que nos dejan cierta satisfacción y (dependiendo de la persona) una huella importante en la memoria, que con un poco de suerte algún día se quedará también impresa en el corazón.
Sin embargo, diferente a muchas sensaciones que un buen escrito puede transmitir, la amistad es algo que sólo se prueba realmente cuando se vive; que se degusta con todos sus matices cuando se viaja a través de ella, cuando se ríe acompañado, se llora entrelazado en un abrazo sincero y hace que el orgullo y la felicidad inflamen el pecho de quién se siente afortunado de haber encontrado un amigo.
Pero lamentablemente, aunque estemos rodeados de personas que nos agraden mucho y que llenen espacios vacíos de nuestra existencia, no todos pueden denominarse con el significado que la palabra “amigo” tiene para quieres realmente hemos tenido la fortuna de conocer amigos verdaderos.
Hace algún tiempo (no tanto en realidad, pero dados mis pocos años constituye un lapso importante en mi vida), conocí a una niña que a primera vista, me pareció un tanto indiferente; las primeras palabras que crucé con ella, he de decir no fueron las más amables, porque le hice una pregunta que ya la tenía un poco hartada, el trato en principio tampoco demostró mucha química, porque me daba la impresión de ser alguien poco diplomático.
Pero por esos azares del destino, vimos de repente intensificado el trato que en un principio había sido más bien esquivo. En algún momento de esos que difícilmente se olvidan terminé escuchándola, mientras me narraba un poco agitada, un episodio nada agradable que le había sucedido aquel infortunado o tal vez muy afortunado día; fue entonces cuando las barreras que quedaban se rompieron, los muros se cayeron y la persona, la magnífica persona que en realidad era, quedó al descubierto ante mí.
En un principio nos volvimos confidentes, poco después nos transformamos en cómplices que compartían las experiencias buenas y malas, que la vida nos hacía atravesar a diario. Reímos incontables veces, lloramos juntas otras tantas y aprendí de ella cosas que me enseñaron más que todos los consejos buenos o malos, o las experiencias vividas hasta entonces; pude ver gracias a ella que había más formas de ver el mundo, de querer a las personas, o de defender lo que pensamos; aprendí de sus palabras que el amor es más complejo de lo que se cree, que la amistad siempre debe prevalecer sobre cualquier cosa, y que la vida se debe vivir disfrutándola, pero sobretodo, queriéndose a sí mismo, de manera que algún día se tengan buenas historias para contarle a los hijos; gracias a sus palabras siempre dichas entre la seriedad y el sarcasmo, pude entender que lo importante es ser siempre auténtico y que lo único que puede detener a alguien para llegar lejos, son sus propios miedos y sus preconceptos errados.
Es por eso, porque la conozco y porque he vivido junto a ella las mejores experiencias, que puedo hablar con propiedad de la amistad verdadera, de ese brillo indescriptible que se ve en sus ojos cuando me divisa a lo lejos y que estoy segura también se dibuja en mis ojos; de esa sonrisa cargada de complicidad y de las travesuras de la semana que pugnan por salir de sus labios y llenar con ellas mis oídos, de sus confidencias llenas de sentimientos (felices y tristes) que me unen con ella de una forma especial y de su corazón que se que puede ser implacable pero que es el más honesto para hablarle a los amigos, para decirles sin titubear que se equivocan, cuando están obrando mal, pero también para felicitar con la mayor sinceridad, cuando se consiguen metas y se conquistan sueños.
Por ella (cuyo nombre como una tonada dulce me reservo con una sonrisa) es que sé que la amistad existe, que la sinceridad es la mejor de las cualidades y que la vida puede ser un camino un tanto difícil, pero mientras los amigos de verdad existan, siempre brillará el sol en el horizonte donde nos aguarda el futuro.